viernes, 19 de junio de 2009



Qué hermosa estaba María Belén ¡aquella noche del 16 de septiembre! Su belleza morena realzada con el típico traje de China Poblana, mereció que fuera aclamada por unanimidad, la reina de la fiesta, y ella se sentía feliz y contenta de haber conquistado al gallardo capitán Velasco, sueño dorado de todas la muchachas casaderas de ese tiempo.

El apuesto oficial, se sentía no menos orgulloso de su gentil compañera y no la dejaba sola un momento; y así se paseaban llenos de alegría provocando las envidias de las muchachas y el odio de los muchachos.

Porque María Belén era coqueta y casi todos los muchachos habían sido sus novios de temporada.

Novio formal nunca lo tuvo aunque se rumoraba que había estado comprometida con Hipólito Reséndes, bravo muchacho que hacía tres años había marchado al Norte en busca de trabajo. No se volvió a saber nada de él, por lo que María Belén, a los seis meses de su ausencia lo olvidó por completo.

Aquel año, la Junta Patriótica, había estado muy acertada al organizar la “Noche Mexicana, en la Alameda, que presentaba un aspecto maravilloso con sus frondosos árboles constelados de focos y farolitos de colores; los diferentes “puestos” lucían adornos típicos muy bellos, las fuentes adornadas de flores presentaban un espectáculo encantador; pero el mejor adorno eran las guapísimas muchachas que con sus trajes regionales atendían a los numerosos clientes, todo regocijo y entusiasmo.

Cuando la animación era más grande, una amiga oficiosa fue a dar a María Belén, la mala noticia de que Hipólito acababa de llegar con un vistoso traje de charro, y que parecía que la buscaba; María Belén, haciendo un gesto despectivo contestó que a ella no le importaba Hipólito, ya que nada tenía con él.

Y prendiéndose del brazo del capitán, fue a recorrer los puestos con el afán de lucirse.

En la puerta de la cantina estaba Hipólito cantando y acompañándose con su guitarra, un corrillo de muchachas lo escuchaba, al ver a la gentil pareja empezó a cantar:

Soy misionero de Torreón a Lerdo,
Y mis sufrimientos son por un amor”...;

María Belén, recostándose en el hombro del Capitán, le dijo mimosamente, llévame de aquí, esto es muy aburrido, la orquesta preludiaba el Vals Un Viejo Amor, el oficial abrazándola empezó a bailar con ella y se fueron alejando ante los ojos llameantes de ira del novio desdeñado.

No bien terminó la pieza, una chica de las que vendían flores fue a decir a María Belén, que su mamá la buscaba; desprendiéndose del brazo del capitán, se fue la muchacha al encuentro de su madre, Hipólito le cerró el paso y cogiéndola de la mano la arrastró junto a él, la muchacha sorprendida quiso deshacerse de la férrea mano que la torturaba; Hipólito empezó a hablar, le contó todo lo que había penado en el árido desierto donde estuvo trabajando abriendo un túnel, trabajo incesante y duro pero muy bien retribuido, y él arrastrando todo con gran entereza con la dulce esperanza de reunir mucho dinero para venir a casarse con ella; pero María Belén no quiso escuchar más, despiadadamente le dijo que nunca lo había querido, que si había aceptado su amor era por quitárselo de enfrente ya que tanto la asediaba, que ella no iba a estar esperándolo tanto tiempo, que nada le importaban sus historias y que la dejara irse al lado de su futuro esposo el Capitán Velasco.

Al oír tan duras palabras, Hipólito acabó de perder el juicio ya ofuscado por frecuentes libaciones y sacando un puñal se lo enterró en el pecho a María Belén, MIA O DE NADIE; fue todo lo que dijo al verla desplomarse sin vida y quitándose el sarape de Saltillo que traía la cubrió con él.

Todo fue momentáneo, nadie pudo acudir en auxilio de la infeliz muchacha, el asesino no huyó, estuvo de pie junto al cadáver de su amada, la policía tuvo que custodiarlo porque lo querían linchar.

Entonces surgió un corrido:

“Ya Belén está en el cielo
dándole cuenta al Creador,
Hipólito en los Juzgados
dando la declaración”.